EL MEJOR DT DE RIVER

Ramón Díaz fue ovacionado por todo Núñez en su vuelta al Monumental.

Ni bien bajó del micro, decenas de periodistas se le fueron encima en busca de una palabra, quizás de aquella que definiera su sensación de llegar por primera vez al Monumental en calidad de visitante. Una condición impropia aunque real para el presente de este Ramón Díaz técnico de San Lorenzo, el mismo que en su época de amo y señor en River caminó a sus anchas por los pasillos de ese estadio.

Visiblemente incómodo, esquivó a la marea de reporteros para refugiarse en un vestuario que le resultó un hábitad extrañamente desconocida: jamás, a pesar de sus varios años en Núñez, lo había pisado. Puertas afuera, la incertidumbre crecía. ¿Cómo recibirían los hinchas millonarios al ídolo devenido en entrenador rival luego de que el Pelado rechazara la oferta de volver a dirigir River? Para muchos, la ovación sólo era cuestión de que el riojano pisara el verde césped, pero nadie se arriesgaba a asegurarlo.

Hubo que esperar hasta las 17.20 para comprobarlo. Luego de que los equipos salieran a escena casi al mismo instante y del saludo mundialista entre los protagonistas, llegó el momento crucial de la tarde. "Ortega, Ortega", fue la única ovación espontánea que bajó desde las tribunas riverplatenses y precedió a un silencio tan dubitativo como sepulcral. Hasta que desde la Sívori partió un tibio "Pelado, te saludan Los Borrachos del Tablón" del que no acusó recibo el homenajeado en cuestión, pero que sirvió para unificar el sentimiento de la gente.

Recién ahí entonces el Monumental se permitió explotar y el "Pelado, Pelado" retumbó con fuerza por todo Núñez. Enseguida, y demostrándose expectante, Ramón saltó del banco de suplentes, caminó unos metros como para que lo vieran desde los cuatros costados y levantó los brazos con firmeza. Palmas extendidas a modo de agradecimiento de un lado y aplausos del otro, desde donde tampoco se inhibieron en recordar que River sigue siendo "el equipo de Ramón" a pesar de meras circunstancias.

Así, con un marco inmejorable, el riojano tuvo la merecida ovación que le acarició el alma, que lo acobijó como en los mejores viejos tiempos y que le permitió por única vez en la tarde sentirse más local que cualquier otro. Fue el reencuentro que esperaba, fue el reencuentro en casa. Su casa.





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